Esa es la conclusión que he sacado desde que se destapó el caso de Teresa, la primera persona fuera de África infectada por el virus del ébola y que además ha sido en nuestro país. La ignorancia es muy atrevida y una vez más ha quedado demostrado que en España todos tenemos dentro de nosotros un presidente del Gobierno, un seleccionador de fútbol y ahora parece ser que también un experto en prevención y control de enfermedades infecciosas de alto riesgo.
Para comenzar, desde el primer momento en que se dio a conocer la noticia no faltaron personas que despojadas de su humanidad criticaban en que se hubiera traído al misionero que «contagió» a Teresa. En definitiva, este punto no merece la pena mayor discusión pues su debate es nulo. Es una obligación de cualquier estado repatriar a un ciudadano de su nación cuando los medios para tratarlo en el lugar en el que está son insuficientes y así se lo ordenó la OMS a España igual que lo ha hecho Estados Unidos.
Estados Unidos sirve para ver como nos encanta criticar todo lo que se hace en este país, donde parece que todo siempre se hace mal, donde no valemos para nada y que en cualquier lugar del mundo lo hacen mejor que nosotros. Por desgracia, el contagio de Teresa parece ser un desgraciado error humano del que realmente nadie tiene culpa, lo mismo que ha ocurrido con el enfermero contagiado en Estados Unidos. No hay que buscar más culpables en este aspecto.
Ahora, la gestión de este problema desde el inicio por la Ministra de Sanidad Ana Mato hace inexplicable que junto al Consejero Delegado de Sanidad de la Comunidad de Madrid no se hayan ido ya a su casa para no volver. Si bien es cierto que lo primero es solucionar la situación actual y que Teresa pueda salir de esta, es necesario que una vez esté todo solucionado, se exijan responsabilidades políticas.